Mujeres del color de la tierra
Cuando Miriam García me escribió para invitarme a participar con poesía en este número 3 Autonomía, de Mujeres del color de la tierra, me sentí gratamente halagada, por la consideración. Valga decir que Miriam y yo no nos conocíamos, yo la ubicaba (no en toda su dimensión creativa, valga decir también), por amigas en común y los destellos de su trayectoria que, de rebote, me llegaban en redes sociales.
También, en redes sociales, Mujeres del color de la tierra me había llegado como un proyecto fascinante, de esos que admiro por reunir talento y voluntades de mujeres. Me sentí, pues, honradísima por la invitación que, así lo sentí, me unía de alguna manera a este grupo de mujeres que estuvieron participando en los números anteriores (mujeres que admiro mucho, también, por cierto). Quizá mi única vacilación, de entrada, fue el tema: “Autonomía”, cuando pensé ¿y qué le voy a enviar?
(Puede que sea la crisis de la mediana edad, la depresión post pandemia, o no sé qué, pero por diversas cuestiones he llegado a sentirme muy lejana de la idea de autonomía y autosuficiencia… como, desamparada… al grado de pensar ¿qué puedo decir yo de la Autonomía?).
Luego de sacudirme el bajoneo, volví la mirada a un poema de Glosa Peninsular (Ediciones Periféricas, 2022) que, desde su origen, me ha significado casi un manifiesto personal, Expediciones:
Doy testimonio de mis pasos
travesía a voluntad
en esta sendalaberinto
que la realidad ofrece.
Sin límite de velocidad
ni zona de descanso
—mucho menos—
salida de emergencia.
Adoquines escarpados
gastándome las suelas
el aliento
la paciencia.
Travesía a voluntad:
sí
ejercicio consciente
gozoso
libre.
En este viaje el salvo conducto
soy yo.
Este hallazgo en mi obra reciente me llevó a volver sobre mis propios pasos —en mis poemas— y rastrear qué tan consciente y tangible ha podido ser el tema de la autonomía en mi trabajo poético. Y entonces volví a Letras Des-Amor-Dazadas (Existir, 2009) para confirmar que, desde mi primera publicación, busqué romper con algo previamente impuesto (la “mordaza”) y levantar mi voz para salir del discurso tradicional del amor y el desamor e iniciar el boceto de una nueva apuesta personal, para la vida:
Soy tan sólo
una mujer en el camino
voy construyendo la historia
materializando sueños
y, en el ínter,
rescatando lo mejor
de la trayectoria.
(Al año siguiente de la publicación de LDAD terminé un matrimonio de 8 años… una relación de 12 años… y me encontré con una realidad desconocida. Era la primera mujer divorciada de mi familia. Mi abuelita crió sola a sus 8 hijos por muchos años, con un marido intermitente; pero, nunca se divorció… hasta que tuvo que hacer testamento, a sus 80 años… Descubrí, entonces, que tenía que inventarme “otro modo de ser humano y libre… otro modo de ser”, como dijo la Chayo. Y, entonces, descubrí el potencial de administrar tu tiempo, tu vida y tu voluntad. Con sus respectivos asegunes, claro, como madre de una cría, como jefa de familia… en un mundo, una cultura todavía con prejuicios y barreras).
En Nombrarlo todo (Nódulo, 2015), dejé testimonio de las múltiples dimensiones de mi vida. Algo particularmente relevante fue el ejercicio del libre tránsito (que tiene también sus asegunes, en un país donde las mujeres desaparecen como si no importara). Pero, uno de los viajes más emblemáticos y transformadores de mi vida fue el viaje —sola—, en el tren Chihuahua-Pacífico (El Chepe):
Mujer que viaja sola, sin miedo a las alturas
[por salvoconducto: los sueños, el deseo,
la sonrisa… ¡y ya!]
Mujer que viaja sola: cuerpo nómada en el ejercicio
del derecho constitucional al libre tránsito…
(volar, también, es un acto político).
Quizá mi obra más reveladora, en esta búsqueda de autonomía, sea Notas al pie.
Si bien es cierto que la «habituación comporta la gran ventaja psicológica de restringir las opciones», algo por dentro me provoca huir de la institucionalización que significa juicio y control social.
En Rómpase en caso de (Ediciones Periféricas, 2019), mi poemario más triste, la reunión de todos mis duelos; aún ahí, entre la tanta tristeza, el reclamo de un derecho irrenunciable a la propia voluntad:
Nadie podrá negarte el derecho
de inventarte un camino nuevo.
De intentar rutas alternas
para tus sueños.
Me queda claro: la autonomía ha sido una búsqueda personal permanente. Ha determinado mis decisiones personales y profesionales. Quizá a prueba y error, pero, ¿a caso no es eso la vida, un aprendizaje constante?
Platicando con Miriam, en la entrevista que tuvimos en InterSecciones, terminó por develarse la vocación de este proyecto Mujeres del color de la tierra… y fue muy grato identificar el hermosísimo plan de Miriam, de reunirnos, de llevarnos las unas a las otras como espejos, donde podemos llenarnos de asombro y de admiración y respeto por el esfuerzo, el talento y las propuestas de todas y cada una de quienes colaboramos en los números que este proyecto integra.
Esto de descubrir que la autonomía no implica estar solas (no en el sentido peyorativo)… que la autonomía también se construye, se teje, se borda, colectivamente en tribu, en manada, como —finalmente— lo estamos haciendo todas en nuestros proyectos. Y que las mujeres somos geniales para hacerlo… esta revelación resulta, sin duda, luminosa y transformadora.