Noviembre 2023

Llega noviembre y, con él, la versión más profunda del otoño. Su centro. Sin embargo, desde este sepia medular: el camino de salida. A cada paso el otoño se extingue. Se siente en el frío que empieza a colarse hasta los huesos; en los árboles cada vez más desnudos. En los labios partidos.

Lo escribí en algún poema:

El mundo se vuelve al ocre

y voy sacando del armario

—para estas tardes—

las bufandas

los suéteres

y las nostalgias.

Estos han sido, están siendo (en continuo) días de cambios. Afortunados, algunos. Inciertos, otros. La sensación de moverse a un ritmo distinto. La vida: ese barrido de luces en la noche, que no conseguimos pausar.

Los años recorridos, las experiencias, la situación actual, esa amalgama amorfa nos lleva buscar certezas. En aras de claridad, el cálculo: cuánto en el debe, qué tanto en el haber. Ajustamos cuentas con la vida. En el fondo, con nosotras mismas.

Los años ofrecen perspectiva. Desde acá, se percibe el panorama amplio de la ruta andada. ¿Qué hicimos o dejamos de hacer? ¿Para qué? 

Desde el frío en los huesos, sí, la nostalgia del abrazo. ¿Cómo llegué hasta aquí? Tengo [para mí misma] argumentos: la vida ha sido dura. Ser madre jefa de familia, todos estos años, me ha requerido esta coraza: la vida no se detiene y no puedes sacar adelante a tu cría con el corazón roto. El amor debe esperar. La adolescencia, sus momentos críticos, el acompañamiento indispensable ante las necesidades… el amor debe esperar. Pandemia, crisis económica, el ejercicio infame, permanente y tirano de perseguir la chuleta: el amor debe esperar.

Se vive en estado de alerta. No he podido derribar la propia muralla.

Y es que, a mí, el amor me arrebata, me subyuga, me embelesa. Me vuelco entera en lo amado, hasta el fondo, hasta el vacío. Me hechiza en cuerpo y alma. No sé amar poquito, ni a medias, ni a ratitos. Yo amo toda, entera; en la vigilia y el sueño. Quizá deba aprender a amar distinto.

¿Qué depara el futuro?… ¿acaso, por fin, compañía recíproca y plena? ¡Cómo saberlo… cómo, si quiera, dejar de soñarlo!

Sí, el otoño nos viste de nostalgia y quisiéramos tocar esa puerta y decir: aquí estoy, esto soy. Derribar la propia muralla. 

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