2024

Recién reparo y el año ya dio vuelta a su primera semana. La pausa vacacional de invierno ofreció dulce tregua: paréntesis silencioso, resguardo. Acá seguimos ahora, habiendo retomado labores: ya inaugurado el semestre de clases, de vuelta a la rutina de traslados. Acaso sea el frío extremo lo que pinta de novedad al año recién nacido. 

No recuerdo hace cuánto dejé de plantearme propósitos de año nuevo. Será el ajetreo de la vida o mi déficit de atención; el continuo fluir de ideas, proyectos; la falta de tiempo para monitorear lo que van dejando los propios pasos tras de sí. El año cambia, por arbitrariedad de calendarios; en el fondo somos la misma cosa, tan distintos entre un día y otro, como siempre.

Lo anterior no me impide desear a mi gente lo mejor y más bonito. Desde el corazón, con toda sinceridad, más allá del número que se suma a la fecha: mi cariño absoluto.

Desistí de recapitular los acontecimientos del 2023. Desistí. Fueron, sí, y agradezco cada luminoso instante. Los hubo, sí, a montones para el entrañable resguardo en la memoria. El corazón llenito, sin menoscabo por tragos amargos. Si bien, no recuerdo hace cuánto, evito cualquier triunfalismo, celebro con toda discreción la felicidad: conozco de su fugacidad; su frágil esencia. Disfruto, pues, el calorcito con el que llena el alma, mientras me abrace.

Recibo con buenas nuevas el 2024. En sus albores, ya promete un par de vuelos, al menos, y son gracias a la poesía (esperen noticias). El horizonte parece, de pronto, claro. Estoy dispuesta lo mismo al trabajo y el esfuerzo que al disfrute y el gozo. Celebro la vida y deseo mejores tiempos para el mundo.

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