Cavilaciones al cierre de año
Me propuse hacerme de una agenda 2025 este fin de semana. Los lugares en los que suelo comprarlas son el Office Depot o el Sanborn’s. Sábado y domingo fueron de festejos y, entre una cosa y otra, llegué al lunes sin agenda. Cuando lo noté, me atravesó como viento helado una ráfaga de decepción. Era 9 de diciembre apenas, no era de gravedad la omisión, pensé y seguí en la rutina rollercoaster de la chamba. Hoy es miércoles 11 de diciembre y sigo así, como en un limbo, sin el preciado objeto que necesito (sí, lo necesito) para mirar de frente al año que está a pocas semanas de llegar. Me propongo firmemente pasar esta tarde a comprarla… no puede pasar más tiempo. Entre más próximo esté el año nuevo, la selección de tamaño, color y características se reduce.
La agenda (física o digital) es una manera (ilusoria, claro) de escribir el futuro. Nos permite bosquejar el mapa de los próximos meses, proponer la ruta para recorrer el tiempo. Pero, en mi caso al menos, es también una herramienta para la memoria. Registro cotidiano de los días. Ahí, por ejemplo, dejo asentado cuándo pagué el recibo de la luz, la colegiatura de la cría… las reuniones con amigos, hora y lugar; las citas médicas. En fin, documento la vida y sus pormenores.
Porque, echando mano del lugar común, sí, el tiempo vuela y, para un alma parsimoniosa, es devastador sentirse despojada de lo vivido. Del presente efímero, de su gozo. Es preciso, entonces, registrar los días, sus entrañables momentos... esos que no archivan las redes sociales. Que no volverán en 1, 3, 10 años, para recordarte que “un día como hoy…” la noche fue espectacular.
Sí, pasaré esta tarde a buscar una agenda 2025… y empezaré a registrar los cumpleaños de mi gente querida. A imaginar el abrazo y el contento por su vida, por la maravilla de contarles en la mía.
Tijuana, B. C., 11 de diciembre de 2024.